Por Daniel Rubén Medina Guzmán
Imagen: Big Bang / NASA Goddard Media Studios
Para muchos hablar de teología es referirse a un dios único y eterno que está en el cielo, y que a su vez es el creador de todas las cosas, lo cual es cierto, pero no única ni exclusivamente así, ya que hablar de teología es también elaborar líneas de pensamiento que consideren a un único principio absoluto como el originador y causante de todas las cosas existentes, tal como ocurre con la teoría del Big Bang, que es actualmente la teoría cosmológica más aceptada y difundida respecto al origen del universo. Si analizamos con detalle las bases sobre las que está fundada, podremos notar los siguientes rasgos y características: a) Un único momento (tiempo) e instante en el que se iniciaron todas las cosas, b) Un único punto (existencia física) infinitesimalmente pequeño, c) Un único estado inicial (dinamismo-evolución) de alta densidad y temperatura donde toda la energía estaba concentrada y que luego se expandió dando lugar a toda la materia existente. Todo ello significaría que hablar de teología es también hablar en armonía y consonancia con la teoría cosmológica del Big Bang, ya que Dios, desde el punto de vista del Cristianismo, también dio lugar a toda la Creación desde un instante único y desde un único acto de creación.
La Teoría del Big Bang, postulada en 1931 por el sacerdote católico Georges Lemaître, fue inicialmente denominada como “Hipótesis del átomo primitivo”, y tuvo gran impacto a nivel científico junto a los más recientes postulados físicos de su momento, como, por ejemplo, con los de Arthur Eddington, padre de la astrofísica, y Albert Einstein. A pesar de que este postulado puede ser entendido como un planteamiento netamente científico-formal, posee en su interior rasgos de especulación teológica de los que hablábamos inicialmente acerca de que un principio absoluto es el originador de todas las cosas.
Si es que la Teoría del Big Bang posee argumentos e ideas similares al pensamiento teológico, podemos entonces hallar puntos en común entre ciencia y fe, y así poder considerar a la teología como un punto de partida no ajeno a la ciencia para la explicación y entendimiento de la Creación o el Universo. Podemos intentar dar respuesta acerca del origen de la vida no solamente desde una perspectiva humana-terrestre sino también desde la totalidad del cosmos –y por qué no, desde la posibilidad de existencia de vida más allá de la Tierra– ya que si Dios, el Creador de todas las cosas, pudo dar vida y existencia a todo el universo desde el principio –y desde su libertad de ser Dios–, podemos también pensar que el átomo primigenio del que hablaba Lemaître pudo ser un generador infinito de diversidad de creaturas y formas de vida inteligente de las cuales no necesariamente las Sagradas Escrituras Bíblicas rechazan o niegan, y que más bien la ciencia busca incesantemente por todo el universo. El carácter infinitesimal del átomo primitivo del Big Bang es símil a la infinitud que posee el Dios Creador, ambos convergentes como punto de partida y marcando a la vez las distancias entre ambos planteamientos, el teológico y el científico-formal, que como hemos ido viendo, no son ajenos, ni opuestos, ni mucho menos enemigos, sino más bien complementarios y ambos apoyados el uno en el otro.