Introducción de “Punto Final” de Raul Barón Biza (A modo de prologo de la sección Literatura)
Muchas gracias a Iván Vanney por esta gran contribución
Y lávate las manos.
Tú, crítico literario, hombrecito endeble y de gafas, posiblemente, doctorado en gramática pero aplazado en rebelión y virilidad; tú, maestro en letras y prisionero de la palabra, esclavo del acento; tú, incapaz de crear o destruir el sonido o la forma; tú, lacayo de la Academia y maricón de las comas; tú, incapaz de emitir una idea que no esté supeditada a la regla, tú con alma de santurrona y meretriz.
Yo sé por lo que se te puede comprar y con cuanto placer te vendes.
Por ello, no te adquiero.
Y tú, juez, que vives la vida en el caleidoscopio de tus sumarios, desde la butaca teatral de tu estrado; tú, juez, que, a pesar de tu figura majestuosa, respetada e inviolable, orinas con dificultad… Tú, encarnación del espíritu del código y que por medalla vil trocastes tu individualidad… Tú, de rulos blancos, conciencia turbia y toga negra, podrás, amparado en la fuerza, decretar mi prisión para cobrar tu “plus valía”; pero no por ello dejarás de ser un simple perro de presa, mezcla de faldero y policía, al cuidado de los intereses de los potentados y ahítos.
Tú eres la anticipación, desde el comienzo de la humanidad, del ideal de los tiranos: el castrado cerebral.
Yo escupo sobre la fuerza de tu código, hecho por curas impotentes y millonarios cornudos.
Y tú también, matrona, que perteneces al Chorro de Leche, formas parte de las comisiones de “rifas de beneficencia”; tú que perdistes la vergüenza al obligar en la acera, a tender la mano del niño asilado, mientras vigilabas, con alma de usurera, los céntimos, desde tu lujoso automóvil; tú, que fundaste la asociación del diariero y que con el pretexto de enseñarles la armonía de nuestra guitarra, terminastes brindándoles tu clítoris flácido y sucio; tú, que obsequiaste bacinilla de plata para uso del legado papal y que, amparada en tu fortuna, pusiste botellas rotas sobre la pared de tu vida, que hoy salto; tú no entrarás en el reino de los cielos, no llegarás como Magdalena hasta el Cristo, andrajoso y mugriento…
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Tú, político, señor de la promesa, caballero de la patada, profesor de la mentira y geómetra de la curva, prestidigitador con alma de clown, animal invertebrado y de gelatina, que tienes la productiva cualidad de adaptarte a cualquier recipiente o molde, hueles mal, tienes lúes en el alma y pus en el cerebro…”
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Tú, “niña bien”, que utilizas tres apellidos y solamente mereces, quizá, llevar el de tu madre; tú, bartolinítica por culpa del mucamo; tú, que arreglaste con tu padre gobernante el examen prenupcial del futuro cornudo de tu marido, evadiendo el mismo; tú, nieta de legisladores y sobrina de jueces; tú, ex abortiva y millonaria; tú, que crees en el derecho de la mujer y pretendes la igualdad ante los hombres; tú, que ante la compañera del internado quisiste ser macho y no supiste frente al macho ser hembra; tú, deberías haberte ahogado, antes de nacer, en un lavaje de “bidet”.
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Tú, deportista “amateur”, moderno engendro, mezcla de caballo, toro, galgo, pez o imbécil; tú, que quieres superar al animal a toda costa, eres el único que tienes tal derecho.
Y tú, inútil espermatozoide, jovenzuelo aristócrata, nieto de prócer, cuya riqueza tuvo por origen el bandolerismo de las arcas públicas junto con el estupor consentido del emigrante millonario; tú, mestizo de alma, paralítico mental que digieres hacia arriba, no debías haber cuajado en ninguna matriz, ni haberte escapado de ningún testículo.
Para ti, vagabundo, señor del mundo y dueño de los caminos. Para ti, obrera de pelvis ancha y senos flácidos, para ti, que no tuviste leche con que amamantar a tu hijo, porque los campos estaban yertos y el señorito se cobraba tu esquivez de moza; para ti, que no conociste otros juguetes que las poleas de las fábricas. Para ti, linyera, para ti, prontuariado social.
Para ti, campesina y obrera, Sorgo de Alepo…
Para vosotros escribí este libro. No lo guardes, camarada. Tu mochila necesita ese espacio para el pedazo de pan que posiblemente te darán en la próxima puerta. Deja este libro frente al sol, expuesto a las lluvias, para que, como un pene, penetrando y disolviéndose en la madre tierra, sea simiente para un mundo, en el que no exista el linyera que tú llevas en tu físico y yo en mi espíritu. Déjalo para que las tempestades le den sepultura, como las tempestades de mi espíritu le dieron vida.
Déjalo a la vera del camino, que es mala compañía para un rebelde, otro rebelde…